El gobierno de Trump separa a miles de familias migrantes
MIAMI (AP) — La política migratoria de tolerancia cero del presidente Donald Trump separó a más de 5,000 niños de sus familias en la frontera entre Estados Unidos y México en su primer mandato.
Los cruces fronterizos están en un mínimo histórico casi un año después del inicio de su segundo mandato, y una nueva campaña migratoria está separando familias dentro del país.
Las autoridades federales y sus socios locales para el cumplimiento de la ley detienen a decenas de miles de solicitantes de asilo y migrantes, que son trasladados repetidamente y deportados o retenidos en malas condiciones durante semanas o meses antes de que pidan regresar a su país.
El gobierno federal retenía a un promedio de más de 66,000 personas en noviembre, la cifra más alta jamás registrada.
Durante el primer gobierno de Trump, se separó a familias por la fuerza en la frontera y las autoridades tuvieron dificultades para encontrar a los niños en una vasta red de albergues porque los sistemas informáticos federales no estaban conectados. Ahora, los padres que se encuentran en suelo estadounidense están siendo arrestados por las autoridades migratorias y separados de sus familias durante una prolongada detención. O bien, eligen que sus hijos permanezcan en el país después de que el adulto sea deportado, muchos después de años o décadas allí.
La Casa Blanca y sus partidarios antiinmigración ven un ”éxito sin precedentes” y el principal asesor fronterizo de Trump, Tom Homan, dijo a reporteros en abril que “vamos a seguir haciéndolo, a toda velocidad”.
Tres familias separadas por la ley migratoria en los últimos meses dijeron a The Associated Press que sus sueños de tener una vida mejor y más libres chocaron con la nueva política de Washington y que su existencia es angustiosa al no saber si volverán a ver a sus seres queridos.
Para ellos, la migración marcó el posible inicio de una separación permanente entre padres e hijos, fuente de un profundo dolor e incertidumbre.
Familia dividida entre Florida y Venezuela
Antonio Laverde salió de Venezuela rumbo a Estados Unidos en 2022, cruzó la frontera de forma ilegal y después solicitó asilo.
Obtuvo un permiso de trabajo y una licencia de conducir y trabajó como conductor de Uber en Miami, compartiendo casa con otros inmigrantes para poder enviar dinero a sus familiares en Venezuela y Florida.
Su esposa, Jakelin Pasedo, y sus hijos lo siguieron desde Venezuela a Miami en diciembre de 2024. Pasedo se dedicaba a cuidar a los pequeños mientras su esposo ganaba suficiente para mantener a la familia. La mujer y los niños obtuvieron estatus de refugiados, pero Laverde, de 39 años, nunca lo logró y cuando salió a trabajar una mañana de junio temprano, fue arrestado por agentes federales.
Pasedo dice que se trató de un caso de confusión de identidad por parte de las autoridades, que buscaban a un sospechoso en su vivienda compartida. Al final, ella y sus hijos, que entonces tenían tres y cinco años, recuerdan que los agentes esposaron a Laverde a punta de pistola.
“Se enfermaron con fiebre, lloraban por su papá, preguntaban por él”, dijo Pasedo.
Laverde fue retenido en el Centro de Transición de Broward, un centro de detención en Pompano Beach, Florida. En septiembre, después de tres meses allí, pidió regresar a Venezuela.
Pero Pasedo, de 39 años, no tiene intención de regresar. Teme ser arrestada o secuestrada por criticar al gobierno socialista y formar parte de la oposición política.
Trabaja limpiando oficinas y, a pesar de todos los obstáculos, espera reunirse con su esposo algún día en Estados Unidos.
Cumpliendo la ley
El esposo de Yaoska era un activista político en Nicaragua, un país controlado por los copresidentes autocráticos Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Recuerda que su pareja recibió amenazas de muerte y fue golpeado por la policía tras negarse a participar en una marcha progubernamental. Yaoska habló bajo condición de anonimato y solicitó lo mismo para su esposo para protegerlo de las autoridades nicaragüenses.
La pareja huyó de su país a Estados Unidos con su hijo de 10 años en 2022, cruzaron la frontera y obtuvieron la libertad condicional migratoria. Se establecieron en Miami, solicitaron asilo y tuvieron un segundo hijo, que tiene nacionalidad estadounidense. Yaoska está embarazada de cinco meses de su tercer bebé.
A finales de agosto, Yaoska, de 32 años, acudió a una cita en la oficina del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en el sur de Florida. Su familia la acompañó. Su esposo, de 35 años, fue detenido y no pasó la entrevista de temor creíble, de acuerdo con un documento judicial.
Yaoska quedó en libertad supervisada las 24 horas del día por un reloj con GPS que no puede quitarse. Su pareja fue enviada de vuelta a Nicaragua luego de tres meses en el Centro de Detención de Krome, el centro de detención de inmigración más antiguo de Estados Unidos, que tiene un largo historial de abusos.
Ahora, comparte las noticias familiares con su esposo por teléfono. Los niños lo están pasando mal sin su padre, aseguró.
“Es muy duro ver a mis hijos así. Lo detuvieron delante de mis hijos”, contó Yaoska, con la voz temblorosa.
No quieren comer y enferman a menudo. El más pequeño se despierta por la noche llamando a su padre.
“Tengo miedo en Nicaragua”, dijo. “Pero aquí también me da miedo”.
Yaoska explicó que su permiso de trabajo es válido hasta 2028, pero el futuro es aterrador e incierto.
“He ido a aplicar a varias agencias de trabajo, pero nadie me llama”, afirmó. “No sé qué va a pasar conmigo”.
Detenido por la policía local y deportado
Edgar se marchó de Guatemala hace más de dos décadas. Trabajaba en la construcción y formó una familia en el sur de Florida con Amavilia, una migrante guatemalteca sin la documentación en regla.
La llegada de su hijo les trajo alegría.
“Él estaba feliz con el bebé, lo amaba”, contó Amavilia, de 31 años. “Decía que lo iba a ver crecer y caminar”.
Pero a los pocos días, Edgar fue detenido por una orden de arresto de 2016 por conducir sin licencia en Homestead, la pequeña ciudad agrícola donde vivía en el sur de Florida.
Ella y su esposo se negaron a identificarse con sus apellidos por temor a las posibles repercusiones de las autoridades migratorias estadounidenses.
Amavilia esperaba que lo liberasen en 48 horas. En cambio, Edgar, quien se negó a ser entrevistado, fue entregado a las autoridades de inmigración y trasladado a Krome.
“Entré en una desesperación. No hallaba qué hacer”, aseguró Amavilia. “No puedo ir”.
Caí en la desesperación. No sabía qué hacer”, dijo Amavilia. “No puedo ir”.
Edgar, de 45 años, fue deportado a Guatemala el 8 de junio.
Tras el arresto de su pareja, Amavilia no pudo pagar los 950 dólares del alquiler del departamento de dos habitaciones que comparte con otro inmigrante. Durante los primeros tres meses, recibió donaciones de defensores de los migrantes.
Hoy, mientras amamantan y cuida a dos niños, se levanta a las tres de la madrugada para cocinar almuerzos que vende por 10 dólares cada uno.
Camina con su hijo en un cochecito para llevar a su hija a la escuela y luego pasa las tardes vendiendo helados caseros y plátanos cubiertos de chocolate puerta a puerta con los dos menores.
Amavilia cruzó la frontera en septiembre de 2023 y no solicitó asilo ni ningún tipo de estatus legal. Cuenta que su hija se pone nerviosa cuando ve a la policía. Ella le pide que mantenga la calma, sonría y camine con confianza.
“Me da miedo salir, pero siempre salgo encomendada a Dios”, señaló. “Cada vez que regreso me siento feliz y agradecida”.
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